3. Lo coges

Suspiras. Hace mucho que no hablas con ella; tienes tus motivos para no hacerlo. Sin embargo, necesitas distraer tu loca cabecita, y durante un segundo, hablar con tu madre te parece mejor opción que volver a hablar con Adrián. Así que aprietas el botón verde y re colocas el teléfono en el oído. Te apoyas en la pared, evitando mirar hacia el espejo, y esperas a que la fatalidad suceda.

—¿Por qué has tardado tanto en contestar? —Te regaña, a modo de saludo.
—Hola, mamá.
Al otro lado de la línea, tu madre tose y se sorbe los mocos mientras te dice:
—Cariño, tenemos que hablar.
—Vale. ¿Qué pasa? —Ya te estás arrepintiendo de haber cogido el teléfono.
—Tenemos que mirar lo de la herencia, no consigo localizar a tu hermano y el abogado no deja de llamar. Tienes que...
—Mamá —la interrumpes—, ¿qué abogado?
—¿Qué abogado? ¿Tú eres tonta o qué te pasa?
Qué te pasa. Esa es una buena pregunta. Y te encantaría conocer la respuesta, pero ahora mismo, te preocupa más otro asunto.
—Mamá —le dices lo más suave que puedes—, sabes de sobra que no hay ninguna herencia. Así que tampoco hay ningún abogado.
Tu madre resopla y el sonido saturado te golpea el tímpano.
—Claro que hay una herencia, ¿por quién tomas a tu padre? Era un hombre bueno, y sensato, y siempre sabía lo que había que hacer en cada momento y... —La frase degenera en un sollozo de lo más infantil y desagradable—. Nunca te enteras de nada, hija, nunca.

¿Está borracha? Parece borracha. ¿Pero lo está? Un sentimiento de culpabilidad, minúsculo pero cabezota y decidido a dar por culo, se acopla justo debajo de tu pecho, como el aro de un sujetador que te está demasiado pequeño. La última vez que viste a tu madre fue en el funeral de tu padre, hace un año. No recuerdas mucho de ese día. Las únicas imágenes de aquel momento que te muestra el disco duro de tu cerebro están relacionadas con la margarita que se dibujaba sobre la espuma del café que tomaste en el bar de enfrente del cementerio y las gafas de sol oscuras de Versacce que llevaba la zorra de tu prima. Ni siquiera consigues recordar quién más asistió al funeral, si tu hermano se puso traje o no, si llorabas o tragabas flemas. Tampoco recuerdas la forma del autaud ni quien lo eligió. Y, por supuesto, no recuerdas las palabras que pronunció tu madre frente a la tumba abierta de tu padre.
Sea como sea, estás segura de que si te marchaste ese día de la casa familiar y nunca volviste, fue por algo.

—¿Vienes mañana o no?
Por lo visto, tu madre ha seguido hablando mientras vagabas por los derroteros de tus inexistentes recuerdos.
—¿A dónde?
—¡A casa, niña, a casa! —grita—. ¡A hablar con el abogado!
Te ves obligada a repetirle, por segunda vez, que no existe ningún puto abogado. Tu padre murió un lunes cualquiera, de repente y sin previo aviso, de un ataque al corazón. No tenía ningún dinero guardado ni casa en propiedad,  así que no tenía necesidad alguna de testamento, de abogado ni de hostias. ¿Qué cojones te está contando? Estás a punto de colgar, pero tu madre te interrumpe justo a tiempo:
—El abogado dice que ha dejado algo para ti.
Tu padre te ha dejado algo. Tu padre, el mismo que jamás te dio ni cinco euros para salir a tomar algo con tus amigas. El mismo que se había ocupado durante toda su existencia de dejarte claro que resultabas una hija bastante lamentable. Tu padre te ha dejado algo. Lo dice ese abogado que no ha dado señales de vida en más de un año desde que muriera tu padre y que tú dices que no existe. Te pica la curiosidad:
—¿Qué es?
—¿Y cómo quieres que lo sepa? Pero no es dinero, no te hagas ilusiones.
—No me las hacía, no te preocupes.
—No me preocupo —asegura—. Mañana aquí, a las diez.
—Mamá, no sé si...
—Trae café. Se me ha acabado.
Y cuelga. 
Y te deja ahí, en el cuarto de baño sucio y mal decorado de un restaurante italiano de segunda, preguntándote a qué viene todo esto y qué podrá haberte dejado tu padre en herencia. También te preguntas, todavía, si tu madre estaba borracha. Sabes la respuesta. Igual que sabes que mañana, hagas lo que hagas, será un día de mierda.

>> DECIDES QUE LO MEJOR, SERÁ IR A CASA DE TU MADRE Y ENTERARTE DE QUE VA ESTE ROLLO DE LA HERENCIA (próximamente)
>> DECIDES QUE TU MADRE EMPIEZA A CHOCHEAR Y QUE NO DICE MÁS QUE TONTERÍAS (próximamente)


Comentarios